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Luis Felipe Noé, 1991 - Afiche-catálogo Exposición en el MAC (Museo de Arte Contemporáneo) EL MUNDO OPERA SEGÚN REGLAS QUE SE PUEDEN DESCUBRIR. El discurso del pintor que se va desarrollando en su quehacer es un diálogo entre él y la tela, mejor dicho entre él y la materia pictórica que acontece sobre la superficie sobre la cual trabaja. En el proceso de la dialéctica en la que el pintor propone y el cuadro dispone, y así sucesiva-mente, el primera va diciendo su discurso sin utilizar palabras, o sea signos representativos. Él dice de la presencia de la materia y además él hace una cosa que entra en el mundo de las cosas. En este diálogo que no es más que un episodio más profundo con el mundo en torno, el artista va desarrollando su lugar filosófico en esta tierra, su proyección como hombre al poder desarro-llar su visión de ese mundo que él se ve autorrevelando.
Este discurso se hace entre los colores y los espacios y de vibraciones (cuando un color acaricia el de al lado y un despertar erótico canta un sonido abstracto). También eso se hace por un silogismo sin palabras pero que cumple eso de “dado esto” y “esto otro”, deduzco que tengo que hacer tal cosa. Y esta deducción puede llegar a ser la de oponer “algo” a “algo”, por eso de que para saber que una línea es delgada o gruesa necesitamos que esté en relación a otra que la califique y porque un color se define en relación a otro. Estas oposiciones pueden llegar a ser rupturas o quiebres en un mundo donde cotidianamente vivimos quiebres y rupturas.
Así Mario Di Lucci ha ido sabiendo del desarrollo de su discurso artístico, y de esta imagen que ahora muestra en Montevideo, su ciudad, de la que se apartó hace quince años y a la que retorna esta vez para exponer sus obras con la imagen de sí mismo a través de ellas. El pro-ceso que condujo a su concreción ha quedado guardado en el secreto diálogo de él con su obra, diálogo que sólo la nieve escandinava, que refleja la luz como un cuchillo rasgando el ojo, ha sido testigo desde la ventara. Pero este diálogo que se desarrolló más o menos como he descrito, abandonando evidencias, representaciones, interferencias de otros diálogos de otros pintores con ese mundo en torno que a todos nos abarca y que es el motivo principal de la comunicación de todo artista, le ha dejado la simiente de un “sí mismo” expresivo que constituye la identidad de su discurso artístico. Y esto se ve bien claro en la presente muestra.
En una época en que la pintura más allá de su vieja estructura representativa y más allá del “strip tease” que realizó entre el romanticismo y el arte concreto y el cual se fue quitando las ropas con las que se fue vistiendo a partir del Renacimiento y hasta el neo-clasicismo, se ha convertido en un hablar más el término “expresión” debe entenderse como tal, no como “expre-sionismo”. Este en su momento fue una reivindicación del aspecto expresivo de la pintura y por ello tomó el aspecto de una actitud. Por esto ya no es aplicable el término “expresionismo” que , sin embargo, muchos abusan de él. Esa expresión está en la naturaleza de un discurso sobre el mundo y del lugar del hombre en el y es una reflexión filosófica formulada en un lenguaje parti-cular que concreta sus visiones del mundo.
Así, Di Lucci a través de fracturas y alusiones representativas, quiebres visuales, dialéc-ticas oposiciones y complementaciones entre los lenguajes pictóricos y literario, nos va diciendo eso que no pretendo traducir al lenguaje de los nombres, sobre todo cuando, al igual que un discurso musical, nos habla de tensiones y vibraciones, armonías y contrapuntos. Pero, tal como una sinfonía, se presenta a través de un desarrollo de lo particular. En este caso se deshiela su realidad nórdica en fragmentos cálidos, propios de un hombre de nuestra América, en un tiempo cortado en lugares diferentes, y en un aquí y un allá, acompañado de palabras que concretamen-te se refieren a “Vita Veritas”. Y así sus títulos nos iluminan sobre su reflexión filosófica en particular: “El pecado es un intento de control social”, “Sálvese quien pueda”, “La realidad su-pera a veces la fantasía”, “Al pasado, pisado”, dice el exiliado pero habla de “Terra Nostra”. Tiene la conciencia de que “El asunto es saber dónde uno está parado, aunque conoce “El difícil arte del equilibrio”, “¿Y hay algo más?” Sí, que “El mundo opera según reglas que se pueden descubrir”. En eso, justamente está Mario Di Lucci empeñado a descifrarlas por medio de esa particular vía cognoscitiva que es la pintura, la que llega paradójicamente, a la aprensión del objeto por medio de la subjetividad. El “principio de interioridad” que según Hegel caracteriza a la pintura. LUIS FELIPE NOÉ
SE RECOMPONE EL MAPA Pinturas de Mario Di Lucci en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). "... Las creaciones de los que se fueron muy jóvenes y se desarrollaron básicamente en el exterior integran ya el patrimonio cultural de sus países adoptivos, pero el Uruguay paradójica-mente aún no las conoce. Ese es el caso de Mario Di Lucci, nacido en Montevideo en 1948 que reside desde hace quince años en Dinamarca. Allí ha realizado una importante carrera pictórica que se extiendo además a otros países nórdicos y a los Estados Unidos. Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes, luego con el maestro argentino Luis Felipe Noé y más adelante en la Universidad de Lund, este artista viene ahora a ser descubierto en su tierra.
Con manchas sueltas muy elaboradas que despliega con cuidadoso rigor compositivo sobre fondos aperspectivos, Di Lucci configura telas en las que aúna abstracción y figuración. Un permanente contraste entre la serenidad y la inquietud se crean en estas pinturas en las que contrapone elementos caóticos y formas controladas. Los horizontes muy marcados y la limpi-dez de los fondos ofician como campo de tranquilidad que dialoga con el frenesí de las man-chas, sus texturas pictóricas y sus desplazamientos oblicuos. Las manchas avanzan hacia el es-pectador mientras el fondo preserva una distancia tranquilizadora. Dinamismo y serenidad se alternan y dialogan entre sí creando polos conflictivos y tensiones inquietantes. Los toques de color intenso se integran como contrapunto a un complejo de tintas tenebrosas y grises. La abs-tracción expresionista, la nueva figuración argentina y el expresionismo nórdico se conjugan idiosincráticamente en la obra de un artista que denota madurez expresiva y solidez técnica.
Interesado en los potenciales connotativos de su pintura, Di Lucci va orientando al espectador con reveladores y literarios títulos que tienen que ver con la inestabilidad de la existen-cia (“Sálvese quien pueda”, “El difícil arte del equilibrio”), las preguntas metafísicas (“¿Y hay algo más?”), la necesidad de descubrir un orden (“El mundo opera según reglas que se pueden descubrir”, el temor a los otros (“Ya no se puede confiar en nadie”), el vértigo de la vida (“La realidad supera a veces a la fantasía”) y temas de actualidad polémica como el descubrimiento de América (“Terra Nostra”).
Con esta exposición el MAC contribuye a acercar a un artista uruguayo que desde ahora tendrá que tenerse en cuenta en el balance de la creatividad nacional.
ALICIA HABER
M.B. BUSQUEDA, 29 de octubre de 1998, Mario Di Lucci en la Fundación Buquebus COLORES DEL NORTE. Nada de herramientas propias de su oficio ni poses artísticas, sino una mirada seria que encara el objetivo de la cámara: la foto del artista podría ser una fotocarnet para cédula o pasaporte. No sólo esto hace distinto a Mario Di Lucci, un montevideano del ’48 que entre 1980 y 1997 vivió en Dinamarca y que actualmente expone en la Fundación Buquebus. Después de 20 años bajo el sol septentrional el artista se trae entre manos una paleta intensa, atípica por estas latitudes, y una pincelada envolvente que alterna lo meditado y lo espontáneo.
Por eso la explosión de color sobre telas de gran formato impacta desde la galería de planta alta del viejo edificio reciclado. Los colores son intensos pero “limpios”: este artista no es un exponente del bad painting. Di Lucci se formó en la Escuela de Bellas Artes montevideana, en el taller bonaerense de Luis Felipe Noé y en la Universidad de Lund, Suecia. Entre el ’86 y el ’96 expuso regularmente en Dinamarca, Argentina y Uruguay, itinerario que incluyó muestras en el Museo de Arte Americano de Maldonado (1991) y en el Museo de Arte Contemporáneo en El País (1992). También participó activamente en muestras colectivas en Escandinavia, Estados Unidos y América del Sur.
Las telas que se exponen en la Fundación Buquebus hablan de separaciones y heridas. En cada cuadro se debaten siluetas de miembros truncos. En algunos casos su presencia es apenas perceptible, en otros, demasiado evidente. La mayoría de estos acrílicos sobre tela están estructurados según una división tripartita o bipartita. Así, en “La cruz nuestra de cada día” una franja roja, vertical, angosta y central, en la que se vislumbra una silueta en cruz, es la zona más “calma” de la composición. A sus pies (en realidad a sus manos, puesto que la crucifixión ha sido invertida), dos silueta truncas se contorsionan. A ambos lados el fondo es blando, cuidadosamente manchado por unas pinceladas rojas, grises, celestes.
En algunos casos las obras pecan por ser excesivamente textuales. “El flechazo”, por ejemplo, no necesitaba la flecha roja que penetra en el torso de una de las figuras. Sucede que las telas más impactantes son aquellas en que las siluetas humanas prácticamente se han desdibujado y lo que domina la composición es el dinamismo centrífugo de las pinceladas y los planos de color que sirven de fondo a la vez que enfatizan determinadas tensiones.
En este sentido el tríptico “En este valle de lágrimas” es el más impactante de la serie. En el eje de la composición cuelga una tela angosta y desnuda, cubierta de matices anaranjados. La flanquean dos pinturas de gran formato cubiertas de manchas de color, pinceladas dinámicas, figuras casi imperceptibles y cuadrados de factura prolija. La composición es impactante, intensa. Aquí las emociones encuentran una expresión abstracta, que se nutre de la solvencia técnica de Di Lucci, y por ello más potente.
M.B.

La República – Plástica – 16 de octubre de 1998 – Exposición Fundación Buquebus... Mario Di Lucci, es otro uruguayo del exilio (primero en Suecia, luego en Dinamarca) que volvió para quedarse. Hizo una muestra individual hace siete años en el MAC y dejó un buena impresión. La docena de telas al acrílico que actualmente presenta en la Fundación Buquebus evidencian el manejo inteligente y sensible de los medios operativos, la capacidad para resolver intrincadas composiciones sin perder el dominio del conjunto y haciendo que cada parte permanezca íntimamente aferrada al todo, una circunstancia que no todos los pintores logran acceder con felicidad. Al mismo tiempo, se advierte, con relación a su obra anterior, una concesión a la narrativa literaria que pone en marcha desde los títulos en trabajos fechados entre 1994 y 1998. La iluminación de la sala no siempre es adecuada y hay zonas en penumbra. ... Nelson Di Maggio
“The Wide World of Art” –1999/2000, Dinamarca

Di Lucci tiene sus raíces en el arte figurativo, pero este es solamente un punto de partida, pues sus obras evolucionan rápidamente hacia la abstracción. Y aquí él permite que la fantasía se expanda en todas direcciones. Sus obras son dramáticas y llenas de dinamismo. La energía se escapa de la tela y nos muestra un universo pleno de sensibilidad, donde se entrechocan fuertes pasiones, pero también imágenes donde permite que la poesía se introduzca sutilmente y haga su juego. Los cuadros de Di Lucci logran hacer que el arte sorprenda. Nunca son una propuesta definitiva sino que crecen constantemente en el ojo y la mente del espectador.
OLE LINDBOE

Jorge Medina Vidal, Exposición en BID Art Gallery, abril 16-27, 1990, catálogo

Mario Di Lucci pinta con la intensidad de un testigo y un testamento.
Ilumina y oscurece visiblemente lo que quiere “expresar” pero de una forma diametricalmente opuesta a la luz y color de los impresionistas. Di Lucci busca hacer de la pintura una realidad en sí misma, mientras que ellos intentaban hacer real el mundo que rodea a la pintura. Cuando la luz impresionista es favorecida en la pintura, inspira una tristeza en nuestro interior, como en el Ángel de Durero, que nos empuja a la amplia luz del día para notar el constante pasaje del tiempo, o como era la intención de Levy Strauss en “El Hombre Desnudo” Mitologías IV. En el mundo real, la luz y el color nos sumergen en la alegría de vivir, pero cuando ambos son independientes el “larmo no esse quod ferim” de Horacio nos envía a la reflexión melancólica.
Un proceso similar ocurre en la “expresión” de Mario Di Lucci. Como se evidencia en las tres etapas de su pintura, él no intenta interpretar el mundo a través de un tratamiento superficial y anecdotario del mismo. Las pinturas en sí mismas, inductoras de canales visuales, comunican un sistema mental que todos los seres humanos llevan necesariamente; pero el pintor no se compromete con una filosofía personal, no trata de manipularnos con ella, como es frecuentemente el caso del arte expresionista.
Di Lucci presenta “pintura” y deja que las funciones mentales “indisciplinadas” del “espectador” lleve el objeto pintado a su quebrada conclusión. En vista a esto, podemos concluir que Di Lucci no crea una “cosa” sino “objetos”, eso es, proposiciones que exigen una respuesta vital de parte del observador. El ojo que absorbe la pintura se convierta en tan esencial como el ojo que la creó.
JORGE MEDINA VIDAL

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